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POLÍTICA

La gran transición de López Obrador deja de lado a la educación

Los estragos de la pandemia de coronavirus en México tienen en el sistema educativo una de sus grandes víctimas. En un país donde millones de niños viven en familias sumidas en la pobreza, una contingencia como esta, que los ha alejado casi dos años de la escuela, ha reventado las débiles costuras que sostienen a la comunidad educativa. Por culpa de la enfermedad o por falta de dinero, ambas causas quizá relacionadas, 1,8 millones de alumnos se vieron obligados a abandonar las clases el año pasado, casi el doble de los que salían del sistema en años anteriores. Pero la pandemia no es lo único que aqueja a la escuela mexicana: el ausentismo, la actual formación docente, el acceso a la profesión y hasta un sindicalismo varado en otros tiempos lastran la formación reglada. A tres años vista de un Gobierno que se propuso dar la vuelta a México como un calcetín, no se observan grandes modificaciones en las aulas, ni un gran modelo educativo, integral, que las sustente.

La derecha ataca las medidas que se anuncian y la izquierda acusa una tremenda decepción por la falta de cambios drásticos en esta materia. No entienden una revolución como la que predica el presidente, que se sitúa en la izquierda política, sin un gran proyecto educativo detrás. Andrés Manuel López Obrador dedica casi dos horas cada mañana a platicar sobre el devenir del país, pero la educación no es uno de sus temas recurrentes.

“Todo movimiento que se dice de cambio tiene que poner atención a la educación”, dice Juan Manuel Rendón, profesor y exdirector de la Benemérita Escuela de Normalistas de la Ciudad de México, donde se forman maestros desde hace 133 años. Desde su punto de vista, sin embargo, la educación “no está entre las prioridades de este Gobierno”, que sí insiste en el combate a la corrupción y a la pobreza, por ejemplo. “Creo que en la salud han hecho un esfuerzo colosal, pero no en la educación”, lamenta Rendón. Persona muy vinculada con la izquierda, su crítica no se enmarca en las filas de la oposición política, pero sí conforma las de la desilusión. “Quizá haya necesidades acuciantes por las que el presidente ha olvidado la educación, pero yo más bien creo que no tiene claridad sobre la importancia del papel estratégico que esta juega en el desarrollo de un país”.

En las últimas semanas, se han sucedido varias noticias que han virado la mirada hacia el sistema educativo. La extirpación del presupuesto que sostenía las llamadas Escuelas a Tiempo Completo, en las que se proporcionaba no solo formación, sino alimento y clases extraescolares a 3,6 millones de niños pobres, ha levantado una polvareda que obligó a la secretaria de Educación, Delfina Gómez, a contrariar su primer discurso y anunciar que ese dinero se daría en ayudas directas a las familias. Pero una jueza ha anulado de forma cautelar las directrices del Gobierno en las que se prescindía de la comida y la jornada ampliada en la escuela. Otra: los profesores que se inscribieron en las llamadas Universidades para el Bienestar Benito Juárez, uno de los proyectos emblemáticos del presidente, siguen en pie de guerra, porque a más de 150 se les comunicó durante la pandemia que sus convenios no serían renovados, y los alumnos han acusado el menoscabo académico de esa medida.

Estas universidades fueron diseñadas para favorecer el acceso de estudiantes con escasos recursos en zonas marginadas. Hay más de 100 repartidas por el país, pero con pies de barro, a decir de los afectados, que no encuentran en ellas la calidad ni la infraestructura suficientes para que los egresados puedan competir con sus colegas de otras universidades. La opacidad sobre los recursos en estas escuelas universitarias está en entredicho.

El esfuerzo económico en el ámbito educativo se puede medir de varias formas, acudiendo al porcentaje del PIB que se destina a la escuela o al porcentaje del presupuesto total que un gobierno dedica para su gestión pública. Este último se mantiene prácticamente igual en los últimos años, alrededor de un 30% del dinero presupuestado por el Gobierno acaba en educación. “Lo que se está haciendo es repartirlo de distinta manera, por ejemplo, quitándolo de un lado para llevarlo a las becas estudiantiles”, comienza Manuel Gil Antón, sociólogo especializado en Educación del Colegio de México (Colmex). Eso responde por entero a la convicción del presidente de otorgar ayudas directas a las familias en lugar de hacer transferencias monetarias que, según dice, pueden naufragar con la corrupción.

Pero también a una idea más profunda de entender la política social y la educativa, que explica Gil Antón: “Antes se hacían transferencias condicionadas a los méritos, solo recibían los pobres meritorios y universalizar estos apoyos es entenderlos como un derecho, no como un beneficio, como las pensiones”. Y es en las becas donde el Gobierno ha depositado buena parte de su política educativa. O casi toda.

López Obrador llegó al poder en diciembre de 2018. Se inauguraba un sexenio que contaba con un apoyo electoral desconocido en los últimos tiempos, empujado por el anuncio de nuevos vientos para el sistema político mexicano, que no acababa de deshacerse de los aires priistas. Antes de él, el panista Enrique Peña Nieto había tenido gran contestación entre los maestros porque su reforma política tenía un eje central que no les gustó: todos tenían que ser evaluados y si no pasaban la prueba saldrían del sistema, por resumirlo. “Eso suponía una simplificación espantosa del problema escolar y descargaba sobre el maestro el gran peso del posible fracaso, cuando hay muchos otros factores”, sigue Gil Antón. El nuevo presidente prometió echar abajo ese sistema de evaluaciones y algo se hizo al respecto. “Compró la paz social, desactivó el conflicto, pero de un presidente que se propone un cambio similar al que trajo consigo la Independencia, la Reforma y la Revolución mexicanas se esperaba una gran reforma educativa, muy profunda y ha sido más pragmática que programática”, dice el profesor del Colegio de México.

Tres años después del actual sexenio, las nuevas políticas educativas siguen sin concretarse: el Gobierno se afana en modificar el programa escolar con asambleas supuestamente participativas para maestros, padres y alumnos, anuncia la educación universal de cero a tres años, y está avanzada la revisión completa de los libros de texto y el nuevo currículo. Hay presupuesto para la atención de los alumnos con capacidades especiales. Pero las medidas educativas siguen estando en una nebulosa que las sitúa más en el lado de la teoría que en el de la práctica. “Más que decepción, me causa extrañeza que apenas veamos cambios cosméticos. No ha habido voluntad de traer la equidad a la escuela, las becas están bien, pero el problema educativo no se agota con la permanencia en la escuela en virtud de un sistema de becas. Este gobierno nos ha dejado a deber un gran proyecto educativo”, sostiene Gil Antón.
Los cambios en el sistema educativo no son sencillos, ni rápidos. El Gobierno se ha propuesto modificar la forma de enseñar en las aulas, dice el subsecretario de Educación Media Superior, Juan Pablo Arroyo: “Queremos una formación sólida e integral para seguir aprendiendo toda la vida, pero con libertad e independencia, con acceso a los conocimientos, sin aleccionamiento ideológico ni disciplinario. Hay quien enseña para la productividad y en los últimos sexenios se cercenó toda creatividad. También nos centramos en la capacitación laboral para quienes no vayan a la universidad, actualmente un 60% [de los alumnos que concluyen las enseñanzas previas]”.

Entre los logros cuantificables, el subsecretario menciona los 9,5 millones de becas que reciben los estudiantes de varias etapas, con cerca de 180.000 millones de pesos, la estabilización laboral de 150.000 docentes en estos tres años y la formación los maestros para afrontar el nuevo reto, para la que se se apoyan en convenios con universidades y centros de estudio: “Ya han pasado por cursos de capacitación 240.000 maestros, en un programa que se interrumpió por la pandemia para darles herramientas digitales. El 75% de los alumnos de 15 a 18 años pudieron seguir sus clases por internet, y eso fue importante para frenar el abandono”, dice Arroyo. Pero es consciente de que los cambios en las escuelas son lentos y apela al compromiso de los docentes, sin los cuales poco o nada se puede hacer: “Todo se concretará cuando el docente los entienda y los aplique, necesitamos su compromiso para ello”, pide el subsecretario.

En la educación interviene todo el mundo con sus opiniones, desde la cantina a la academia y eso genera tensiones. Catalina Inclán, maestra pedagoga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sostiene que México está en un proceso de transición en el que no todo lo que llega es nuevo ni todo se va a desplazar. Opina que todavía el pensamiento general “está anclado en un sistema basado en indicadores globales, de preparación para el futuro y nuevas tecnologías, pero quizá hay que parar, reacomodar todo y ver a quién se está dejando en el camino con esa ideología. Se necesita tiempo. Hasta ahora todo era medir, medir el aprendizaje, medir si van a o no a clase, si pasan a otro nivel. Es válido que nos situemos en otros lugares. No está mal medir, pero quizá es mejor ver cómo podemos ayudar al maestro para que piense de otra forma, con lógicas distintas, con políticas de acompañamiento”, dice. Cree que “merece la pena explorar” las nuevas políticas que plantea el Gobierno. Y pensar que “si los alumnos no aprenden como se requiere igual es porque se les está enseñando algo que no les significa gran cosa. Hay que entrarle a una cosmovisión diferente desde la infancia”, sugiere.

Un alto funcionario del gobierno anterior aventura, sin embargo de que las mediciones globales demostrarán que México sigue a la cola en los parámetros internacionales, a pesar de que la “contrarreforma” de López Obrador no ha sido tal. “No hay un diseño de política educativa que remplace lo que se hizo en el sexenio anterior. El presidente dijo que no quedaría ni una coma, pero no es verdad, han quedado muchas cosas, como el manejo federal de la nómina de profesores, antes se pagaba incluso a docentes muertos o retirados. Pero sí han suprimido el proceso para el acceso de los docentes a la carrera magisterial y la evaluación de su desempeño cada cuatro años, y eso es gravísimo”, sostiene. En contra de lo que dice el subsecretario Arroyo, sospecha que habrá una enorme carga ideológica en la nueva escuela mexicana.

La educación superior se queja de falta de presupuesto y de ataques que no entiende, como el que protagonizó el presidente contra la UNAM, la joya de la corona académica, un inmenso paquebote de 400.000 alumnos y cerca de 42.000 profesores a la que el presidente acusó de no haberse desprendido de los tiempos neoliberales en que sitúa las políticas y las prácticas de sus antecesores. El escándalo fue mayúsculo. Y también el que siguió a la acusación de delincuencia organizada contra 30 miembros del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, otro golpe para la clase académica y científica que destruyó las expectativas que muchos pusieron en este gobierno. “Hay un desánimo general por todo el deterioro del sistema en estos tres años y medio”, dice el profesor de Políticas Públicas de la Universidad de Guadalajara Carlos Iván Moreno Arellano. Su balance del panorama se concentra en una palabra: “Desolador”.

El presupuesto para estudios superiores, que presumían al alza con el nuevo gobierno, ha caído, según Moreno Arellano: “En 2015 se invertían en educación superior 3,5 pesos de cada 100 y ahora 2,9. En Ciencia y Tecnología se pasó de 1,7 de cada 100 pesos a un peso”. Una pérdida inflacionaria que representa un déficit acumulado de 34.000 millones de pesos, según los datos de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior. “Además hemos perdido 10 de los 11 fondos adicionales que teníamos para calidad, infraestructura, apoyos, estímulos docentes”, sigue Moreno Arellano. Asegura que 15 universidades públicas ya están en crisis financiera, con dificultades para pagar a los profesores”

Las becas, 114.000 millones de pesos, suponen un incremento del 80%. “No estamos en contra, pero creo que deberían estar vinculadas al rendimiento académico y tampoco vemos que estén mostrando gran impacto en el sistema educativo y mientras aumentan las becas, cae la matrícula de estudiantes”, critica Moreno Arellano.

En lo que todos coinciden, y eso en educación es difícil, es en que la pandemia solo ha agravado una situación de partida que ya era deficiente. Y ha puesto en evidencia esas carencias de siempre, como la brecha digital entre la ciudad y el campo, entre las clases acomodadas y los pobres. “Hay una gran desigualdad que persiste. De las escuelas comunitarias [las alejadas de los ámbitos urbanos, las de la montaña profunda, por ejemplo] huyen los maestros titulados, y se nutren de instructores con cierto entrenamiento y capacitación. Son mis héroes esos muchachos”, dice Carlos Ornelas Navarro, experto en Política de Educación de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). No se anda con medias tintas: “Estamos muy mal, el país va a quedar en situación catastrófica”, augura.
Desde la izquierda, Juan Manuel Rendón comparte la idea de que la contrarreforma de López Obrador nunca fue tal. “Se le quitó lo filoso al ámbito laboral docente, pero sigue igual de lesivo. No se ha cumplido el compromiso de dar acceso directo a los maestros egresados de las normales previo estudio del crecimiento de la población y la necesidad de docentes. En el sexenio anterior se contrató a más maestros”, afirma. Nada mas comenzar la llamada Cuarta Transformación, Rendón vio señales que no le gustaron en los nombramientos de los responsables de la Secretaría de Educación, más cercanos, opina, al priismo que a un movimiento de renovación. Cree que hay algunos cambios en la buena dirección, “pero sin un apoyo económico no se logrará el giro”. Su crítica es amarga, porque tenía mayores expectativas: “Están haciendo creer que se consulta a los maestros para implantar los cambios, pero no es cierto. Aunque no vamos peor, siguen las viejas políticas priistas.

Reconozco avances en otras materias, pero en educación nos están dejando a deber”. A su parecer, “el neoliberalismo ha calado en el pensamiento de toda la gente que ya ve de forma natural un sistema puramente meritocrático donde prevalece la competitividad y el individualismo”

Quedan tres años de sexenio, pero algunos ya ven las cosas torcidas. Gil Antón lo resume con un símil futbolístico: “Jugamos como nunca y perdimos como siempre. Esta era la nuestra, pero votamos como nunca y perdimos como siempre”. Quizá la gran decepción con la 4T se juega en el campo de la educación.

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